miércoles, 13 de diciembre de 2017

Bioproductos vs Agroquímicos




Más que un juego de palabras

(De la serie EL PLANETA QUE HABITAMOS; LA TIERRA QUE NOS ALIMENTA).

sariol@enet.cu



La tierra necesita de nitrógeno, fósforo y potasio, tres elementos imprescindibles para la fertilidad, la producción y el rendimiento en la agricultura.

A su vez, el aumento de la población mundial urge de alimentos de forma extendida.

En la sucesión causa y efecto, dos aspectos cobran particular relevancia: por un lado el manejo de la producción agrícola a gran escala, con el empleo de plaguicidas cada vez más potentes y por otro la necesidad de gestionar con sentido ecológico toda la cadena alimentaria.

En el juego, dos tendencias entran en pugna: la ya posesionada industria agroquímica y la pujante concepción del desarrollo de bioproductos.

La primera lidera los mercados, ha estandarizado las tecnologías y sobre todo ha creado una cultura ensamblada en la rapidez de los resultados, aunque con ello la tierra se agote.

Por la misma ruta los ecosistemas se invalidan y los mismos engendros industriales constituyan riesgos y hayan sido, de hecho, orígenes de desastres.

La creación, desarrollo, producción y uso de bioproductos enfrenta un dilema difícil de resolver: necesitan manejar con concepciones sociotecnológicas las contradicciones con los agroquímicos, agudizadas cuando se establecen comparaciones a partir de iguales paradigmas.

El primer presupuesto es no considerarlos sustitutos de los agroquímicos, sino como una opción. A juicio de los defensores de los bioproductos destinados a la agricultura, los químicos se aplican, mientras que los biológicos se gestionan.

A partir de estudios complejos y diferenciados en el terreno, esto los hace todavía poco competitivos, porque no actúan con la misma rapidez que los agroquímicos. Al precisar de más operaciones en su tecnología —procesos fermentativos, de concentración, de secado y de formulación—, los costos del producto final suben, alejándolo más del mercadeo.

Uno en tres

Tres tipos de bioproductos fundamentales pueden emplearse en la agricultura: los biofertilizantes, destinados a la preparación de suelos y capaces de movilizar los tres elementos básicos —nitrógeno, fósforo y potasio—, mediante el empleo de microorganismos.

Le siguen los bioestimulantes, para el fortalecimiento del desarrollo vegetal y finalmente los bioplaguicidas, encargados del control de plagas y enfermedades.

En su gestión no producen residuos químicos-tóxicos en las cosechas y por consiguiente no contaminan los alimentos para consumo humano y animal. Mantienen su actividad en el campo por tiempos determinados, lo que implica no tener que aplicarlo de forma consecutiva. Favorecen el restablecimiento de la entomofauna benéfica, a la vez que da pocas posibilidades de aparición de resistencia de las plagas, un mal producido con frecuencia por los agroquímicos, convertido en ciclo interminable cada vez más agresivo.

Las aplicaciones de los químicos se producen, muchas veces, ante la urgencia de una plaga; los biológicos, en cambio, se administran en índices más bajos.

A pesar de usarse con amplias miras desde los años sesenta, buena parte de los dispositivos artefactuales para manejar los bioproductos son prototipos realizados por encargo, lo que obliga a que un gran porciento de productores desarrollen las acciones en forma «artesanal».

Aun cuando exista la posibilidad de tecnificarse, en gran medida, la mano humana sigue siendo la protagonista de la historia.

La suma de pocos…

Tal vez dos aspectos tengan en ascuas a la humanidad, ya acostumbrada a las pifias de la ciencia y la tecnología.

No pocos detractores esgrimen el hecho de que, siendo productos que utilizan organismos vivos empleados en procesos a largo plazo, un error en el manejo de estas técnicas —¡donde quiera hay margen al error!—, pudieran acarrear desastres solo resueltos a muy largo plazo.

Orietta Fernández-Larrea Vega,[i] investigadora cubana, autora de estudios sobre control microbiológico de plagas y defensora de los bioproductos es categórica en sus consideraciones.

«Es cierto que se emplean organismos vivos, pero estos se obtienen de la propia diversidad biológica y son devueltos a mayor concentración, después de reproducirlos por diferentes métodos.

«Al final vuelven al equilibrio en la naturaleza, y esto es fácil de comprobar, cuando tiempo después de aplicados, se monitorean y nunca están por encima de las concentraciones de las que, habitualmente, aparecen en la naturaleza; además la mayoría viven en un hospedante, que es la plaga, y cuando esta baja, disminuye la concentración del entomopatógeno, de modo que la mantiene controlada, porque si sube y persiste, casi siempre en el suelo, vuelven a activarse y así se mantiene un equilibrio.

«Por tanto, si bien es cierto que pudiera haber riesgos, ¡siempre los hay!, este surgiría solo si ocurriera un desastre ecológico, como sucede a consecuencia del uso y abuso de los químicos».

Otro de los grandes lances contra los bioproductos —como ocurre con las tecnologías que obtienen energías de fuentes renovables— es verlos solo como alternativas muy locales y limitadas, nunca a gran escala, ante un mundo que precisa de producción alimentaria, urgente y a progresión planetaria.

La doctora Fernández-Larrea riposta: «puede pensarse que con los bioproductos no se van a resolver todos los problemas en las grandes producciones, por su limitada posibilidad de generarlos a niveles mundiales, en algunos casos, pero si pudiéramos reducir el 50 % de los químicos a nivel mundial, ¡qué gran cosa lograríamos! ¡Cuánto se desintoxicaría el ambiente! Además la suma de pocos hace mucho ¡Y de esos se trata!, de multiplicar su producción y uso.
«En definitiva, cada vez pueden producirse mejores productos biológicos, lo cual, sin dudas, apoya la extensión de su empleo. Sé que hay quien no comparte mis opiniones, pero la gestión a largo plazo se traduce en menos costos, en iguales o más rendimientos por hectárea y sobre todo más salud


[i]Doctora en Ciencias Biológicas, profesora de la Universidad de La Habana y especialista en Microbiología aplicada al desarrollo de tecnologías para la producción de microorganismos para el control biológico de plagas.Miembro del Comité de Expertos del PNCT Biotecnología Agrícola y el PR de Control Biológico. Labora en el grupo empresarial LABIOFAM.
 
 

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