sábado, 11 de abril de 2020

Una evocación entrañable


De los tiempos en que la imaginación volaba tanto como lo que permite un videojuego y daba más cuerda en el alma que la maravilla de un iPod.

En medio de un contexto confuso y amargo, quiero, como homenaje y mensaje de esperanza, compartir una evocación entrañable: el miércoles 12 de abril de 1961 el mundo entero supo que había un ser humano en el espacio. Entonces yo tenía seis años y para mí, como para muchos niños cubanos, el cosmonauta, un ruso llamado Yuri Alexandrovich Gagarin[i] fue entonces un héroe a seguir.

A partir de ahí ya no era muy llamativo ser El Llanero Solitario o Superman; el primero, porque estaba pasado de moda y el segundo porque era más creíble y quién sabe si hasta probable, volar al cosmos en un cohete y no autoimpulsado por una capa.
Las dos semanas siguientes muchos nos pasamos varias noches mirando al cielo por si se veía la estrella viajera Vostok-1, donde iba el cosmonauta, aunque el vuelo de Gagarin fuera de ida y regreso en aquella misma media mañana, solo durara 108 minutos y pudiera dar una sola vuelta al planeta.
Cuando poco después estuvo en Cuba, invitado para las fiestas por el 26 de Julio ─Día de la Rebeldía Nacional─ y le vimos siempre sonriente y cercano, se hizo más real el optimista irremediable que era Gagarin.
El impacto fue tal que años después en medio de cualquier rumba estudiantil coreábamos un estribillo que anunciaba que como Yuri Gagarin nos iríamos al cosmos montado en un patín.
Eran tiempos en que la imaginación volaba más que lo que hoy permite un videojuego y daba más cuerda en el alma que la maravilla actual de un iPod.
Y supimos un anécdota festiva ─que creímos impensable para el carácter eslavo ─:  en la mañana en que trasladaban a Gagarin ya con su traje de vuelo, nada más y nada menos que en un pequeño ómnibus común y corriente, desde la base de entrenamientos hasta la rampa de lanzamiento en Baikonur, el cosmonauta mandó a detener la guagua a medio camino y siendo un día de tanta enormidad, se bajó a orinar justo sobre una rueda del vehículo, como la cosa más natural del mundo.
Si Gagarin hubiera sido cubano el chiste hubiera tenido para dos o tres hora de narración, pero cuentan que a partir de entonces un cosmonauta que despegara desde Baikonur, fuera de la nacionalidad que fuera, nunca dejaba de hacer el ritual del chorrito en honor a la sencillez del primero y más famoso de todos los hombres que subieron al espacio.
Son demasiadas historias para recordar en dos cuartillas sobre la vida de un hombre de quien se cuenta tenía una serenidad inagotable en su modo de ser. «No sabía lo que era la envidia", escribiría sobre él años después Germán Titov, el segundo cosmonauta soviético.
En este mundo nuestro donde no faltan los creídos y arrogantes, recordar aquel día y aquel ser humano, tiene el doble alegato de valorar la trascendencia que aún tiene la frase de Gagarin cuando al contemplar la tierra, a más de trescientos kilómetros de altura y a una velocidad de 28 Mil kilómetros por hora, pidió no destruir tanta belleza.


[i] Fecha de nacimiento: 9 de marzo de 1934, Klúshino, Rusia/Fallecimiento: 27 de marzo de 1968, Novoselovo, Rusia.