lunes, 12 de octubre de 2009

Cuba: crisis de los misiles

 Evolución de octubre
Mis mayores siempre hablaban de octubre como el mes de las angustias: desaparición de Camilo, el ciclón Flora, la muerte del Che… luego corroboraría  el aserto con visión propia  cuando en el décimo mes de 1976 una bomba terrorista derribaría en pleno vuelo  un avión cubano repleto de jóvenes más o menos de mi edad. Sin embargo, de todos los octubres, el del año 62 fue el más inquietante y no solo para los cubanos: el mundo estuvo al borde de la tercera guerra mundial, en medio de la llamada Crisis de los Misiles.

El 27 octubre de 2008 un portavoz militar ruso, declaraba que una delegación iría a Cuba entre otras muchas cosas a examinar el estado de los medios de combate, formular recomendaciones para reparar los equipos de baja y aclarar suministros de las piezas de repuesto.
La noticia pareció delirante a unos cuantos pues solo siete años antes —también en octubre, 2001— Rusia, sin previo aviso, cortó su último nexo militar con Cuba, cerrando de un plumazo1 uno de los santuarios más famosos de la «inteligencia» soviética: el Centro de Exploración Radioelectrónica, conocido como la Base de Lourdes, montada como respuesta rusa a la Guerra Fría, y poco después de solucionarse tibiamente la llamada crisis de los misiles. La estación podía recoger señales electrónicas a mil millas de distancia, y proporcionaba el 75 por ciento de las informaciones estratégicas militares.
Llevársela de Cuba fue un golpe para la Isla. Tanto como la retirada de los cohetes 39 años antes, cuando la Crisis de Octubre; pero ahora Fidel reinterpretaba el hecho y propuso construir en el mismo sitio, con la salida del último militar ruso, la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) un santuario de la inteligencia computacional cubana.
                                                                                            
¿Hoy como ayer? 
En ese mismo octubre en que los rusos intentaban rescatar el terreno  perdido2,  moría en un asilo de ancianos de Florida el piloto militar Richard Stephen Heyser, teniente coronel retirado, quien tripulando un avión espía U-2, la mañana de domingo del 14 de octubre de 1962 tomó las primeras fotos de emplazamientos estratégicos soviéticos en territorio cubano. ¿Qué hubiera pensado el militar norteamericano ante los vaivenes de la política mundial 47 años después? ¿Qué pensará Iván Minovich Guerchenov, oficial a cargo del grupo coheteril antiaéreo soviético establecido en el poblado de Banes —Holguín—, y que trece días después del vuelo de Heyser, pronunció la orden que a las diez y diecisiete de la mañana  —27 de octubre—, derribaría el U-2 en que volaba el mayor norteamericano Rudolf  Anderson?3. ¿Qué hubiera pensado el mismo Anderson de haber sobrevivido? 
Sin embargo, es posible saber lo que piensa el teniente coronel retirado cubano Rubén G. Jiménez Gómez, entonces estudiante de Ingeniería Mecánica. Seis días antes de aquel instante supo, mientras veía una película en el cine La Rampa que el país entraba en alarma de combate y salió en busca del Batallón Universitario de las Milicias Nacionales Revolucionarias.
«Desmantelar la base radioeléctrica fue una “pendejada” de los rusos —dice—, me sentí decepcionado; tanto, como en el 62, cuando vi irse los barcos con los cohetes en la misma cubierta.»
Aunque entonces era un universitario impetuoso y ahora es un viejo oficial retirado, Rubén recuerda con nitidez y valora con dureza: «la Base de Lourdes, en mi opinión, hubiera sido instalada con crisis o sin ella, porque iba a haber guerra fría de todos modos, guerra que no ha acabado. Llevarse los cohetes sin presionar a los norteamericanos fue una debilidad que hubiera evitado muchas cosas».
                                                                                                                           10…9…8…7…6…

La vida de Rubén cambiaría en un giro de 180 grados como les sucedió a muchos cubanos luego de ese octubre. «No hubo conflicto interno en mí», advierte este hombre que ha publicado dos libros relacionados con su vida militar y prepara otros.
«Todo lo hice a conciencia, aunque muchas cosas fueron muy difíciles en lo personal; venían desde mucho antes de estar aquella tarde de octubre admirando en la pantalla las tetas de Brigit Bardot, en Armas de Mujer», dice ahora divertido.
Rubén tenía sólo 18 años, terminado el bachillerato, y había recibido una beca para estudiar Ingeniería Mecánica. «Cuando se interrumpe la película y se anuncia el comunicado, unos cuantos —los que éramos milicianos— salimos del cine, pero otros se quedaron tranquilos y continuó la proyección, porque constantemente se producían tales movilizaciones».
Pero Rubén intuyó que se trataba de un asunto más grave, y lo confirmó en 12 y Malecón, pasadas las siete. «La beca era un revuelo…sobraba gente —recuerda— y pedían armar otro batallón». De ahí salieron para el entonces Palacio de Cortina, hoy Casa de la FEU, donde radicaba el Batallón Universitario. Recogió el FAL que le tocaba como fusilero de un pelotón. Luego de una concentración en el Stadium Universitario partieron en camiones, unos para la zona de El Chico, otros para Managua; a él le tocó el grupo que fue a abrir trincheras en las Lomas del Esperón, en el poblado de Caimito del Guayabal. «Al llegar oímos rumores de que estaban emplazados unos cohetes con poder, llamado “los cabezones”, algo que se había comentado pero sin certeza. No había inquietud. Teníamos la convicción de que si se “formaba”, no habría nada más después, pero la mayoría andaba alegre, porque por fin, luego de cuatro años de agresiones impunes, íbamos a responder.
«Allí pasamos los días de la crisis y la tensión. Tuvimos frío, hambre...no recuerdo haber comido —ni antes ni después— tanta calabaza hervida con algo de carne enlatada. A nuestras trincheras llegaban soldados soviéticos, muy amistosos, jóvenes como nosotros, y por señas nos pedían intercambiar cigarros, ron, ropas… Entonces no lo sabíamos, pero las lomas no había nada; se preparaba el terreno para los cohetes R-14, que nunca llegaron; si acaso habría un emplazamiento de los famosos Lunas, de corto alcance».
Y entonces vino el desenlace. 

 Una vida por delante
Poco después la agrupación universitaria fue trasladada hacia la zona de Quiebrahacha, un poco más allá del Mariel, para asegurar la defensa antidesembarco. «Allí vimos salir  barcos rusos con lo que se suponía eran R-12, de alcance medio, y  R-14, de alcance intermedio. La desilusión fue enorme, y más aún cuando se hizo público que el acuerdo de no agredir a Cuba fue verbal».
Luego llegó el regreso a las aulas y tiempos de hacer trabajo voluntario en lo que sería la CUJAE. En marzo las Fuerzas Armadas pidieron voluntarios para prepararse como ingenieros y asimilar el armamento que los soviéticos mandarían… «Mi vida dio otro giro, pero en la decisión tampoco hubo conflicto —asegura Rubén— lo decidí fácil aquel 12 de mayo —día de las madres—, cuando nos convocaron a la antigua Plaza Cadena, hoy Ignacio Agramonte. Salimos en el primer grupo rumbo al llamado 5to distrito, allá por Luyanó, para una previa de 15 días. Después nos distribuyeron por varias zonas, algunos por las instalaciones de los FKR-1 Alados ―tierra-tierra―, de corto alcance; otros para la fuerza aérea, para asimilar los MIG 21; varios para las fuerzas radio-técnicas o para las lanchas coheteras. A mí me tocó en San Julián, en donde había cohetes antiaéreos».
Pero el armamento se hizo más moderno y complicado. Los soviéticos los traían a granel y seleccionaron a un grupo para estudiar ingeniería militar en la URSS.
«Se creyó que como éramos universitarios sería más fácil y lo haríamos en tres años» —Rubén lo dice con una carcajada. «Conclusión: para terminar la Escuela Superior de Ingeniería Coheteril Antiaérea de Minsk necesitamos cuatro durísimos cursos. De los siete nos graduamos seis y tres obtuvimos medalla de oro. Allí conocí a Gueorgui Alekseeivich Voronkov, el subdirector, quien fue jefe de la división antiaérea que derribó al U2 de Anderson4».
Rubén fue del primer grupo de ingenieros militares graduados que regresó en julio del 68, pero a él lo enviaron directamente para el Instituto Técnico Militar (ITM) José Martí, como Jefe de Cátedra de Tropas Coheteriles Antiaérea. «Eso fue un cubo de agua fría porque yo quería estar, no en la docencia, sino en acción, incluso me brindé para ir a Vietnam; pero no fue hasta el 72 que logré integrarme a la Brigada de Cohetes Antiaéreo en Bejucal, justo en la loma donde estuvo la llamada Ciudad de los Niños, del Padre Testé, y también la jefatura soviética de la división estratégica cuando la crisis».
 Luego en el 76 Rubén pasó al Estado Mayor de la DAAFAR como sustituto del ingeniero principal y en el 87 fue a Angola. Su esposa guarda las cartas que le escribió desde las caravanas. «De eso salió un libro: Al Sur de Angola (memoria de un soldado que no combatió),  y que próximamente tendrá una reedición. Al regreso, con más de 25 años de servicio me jubilé. Hago ahora para las FAR traducciones técnicas del ruso al español —de eso vivo, además de mi retiro— y de vez en vez me dedico a escribir libros, como Octubre de 1962. La Mayor Crisis de la Era Nuclear».

1 En julio del 2000, la Cámara de Representantes de EE.UU. aprobó un proyecto de ley, sufragado por Ileana Ros-Lehtinen, contra toda idea de suavizar la deuda externa de Rusia si antes no cerraban la Base de Lourdes.
2 Un tratado entre Praga y Washington en julio de 2008, resultó un potente «electroshock» a la tranquilidad rusa. EE.UU. acordó con la República Checa la instalación de un radar del escudo antimisiles estadounidense alrededor de Rusia.
3 Al traslado del cadáver de Anderson, desde Holguín hacia Santiago de Cuba, se le llamó en broma operación Cocacola, cuya doble paradoja ya era, Per se, macabra. Para mayor discreción no usaron ambulancia ni carro fúnebre; se hizo en una furgoneta roja con el emblema de la refresquera norteamericana de la que quedaba poco en Cuba (Crisis de Octubre: alarma de combate/ pp160).
4 Cuenta Rubén en su libro que Guerchenov para disparar los cohetes debía pedir autorización reglamentaria a las instancias superiores, que incluía en la cadena de mando a Voronkov como jefe de la división y a Issai Pliev, el jefe máximo de la agrupación en Cuba. Y este llamaría a Moscú. Las ordenanzas indicaban que si se cortaban las comunicaciones, el jefe del grupo coheteril debía decidir. Guerchenov confesaría después que las comunicaciones funcionaban perfectamente cuando ordenó destruir... con dos semipredicción… ritmo 10… 30-24… pero reportó en el informe que estaban interruptas. Voronkov —por si acaso— ordenó redactar una orden de arresto y otra de propuesta para condecorarlo. «Harto estábamos ya de tanto descaro», pensaría el primero, «Interpretó el sentir de todos», dijo el segundo. (Octubre de 1962. La Mayor Crisis de la Era Nuclear/ pp. 279).



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