Espantos
y milagros del dios Huracán
«En una
tarde de inquietud,
Quisqueya vióse de pronto de pavor sumida.
Reinaba allí la
lluvia y la centella
y la mar por doquiera embravecida.
Horas después quiso la
aciaga suerte
solo dejar desolación, gemidos y el imperio macabro de la muerte
sobre el pueblo entero destruido».
El
Trío y el Ciclón
Trío Matamoros
Imágenes del autor y archivos
Con
el último día de noviembre termina —oficialmente— la temporada ciclónica, que en la cuenca del
Atlántico Norte[i] —Océano Atlántico, el Mar
Caribe y el Golfo de México— abre el primero de junio y no cierra hasta la
última jornada del onceno mes.
El período 2011 ha sido activo, pero los
huracanes nos han pasado de largo.
Sin
embargo los cubanos tenemos harta experiencia, adecuada percepción de riesgo y pronta
disciplina social.
Sabemos
que la más activa ocurre entre mediados de agosto y finales de octubre. Y nunca
olvidamos que en cualquier momento e incluso más allá de la temporada, puede
aparecer, de la nada, el temible huracán.
Huracán y no ciclón o tifón.
Huracán,
que es vocablo aborigen y forma parte de la identidad cultural del Caribe, como
es para los japoneses la
palabra kamikaze. Los nipones llamaron así a los aviadores suicidas a
finales de la II Guerra Mundial, en honor al poderoso viento kamikaze, con
forma de remolino, y que según una leyenda del siglo XIII, fueron enviados por
los dioses para derrotar una escuadra enemiga.
De la influencia cultural de estos eventos
atmosféricos en el imaginario aborigen de Las Antillas ya había hablado don
Fernando Ortiz en El Huracán, su
mitología y sus símbolos. En su capítulo
III, titulado El Huracán y los símbolos espiroideos,
Ortiz nos dice «Recordemos
ante todo que el huracán es un meteoro de función rotativa, es precisamente un
ciclón como los científicos han escrito con raíz griega, por el desarrollo
circular o arremolinado del fenómeno. De ahí podremos deducir el simbolismo del
ideograma helicoideo de los indocubanos y su hipotética relación con el dios
Huracán (…) Por eso, entre todos los símbolos del viento el favorito fue la espiral
en dirección centrípeta.»
Para don Fernando «Todos esos fenómenos
rotatorios naturales y técnicos se fueron relacionando mitológicamente unos con
otros (…) El ideograma cubano puede ser visto esquemáticamente como una
circunferencia nuclear con dos álabes externos, simétricamente contrapuestos en
forma sigmoidea, lo cual basta en su simplicidad para dar la idea giratoria».
Pero en su estudio, el gran sabio cubano
acudió incluso a la envoltura sonora del fenómeno meteorológico. Y establece
paralelo con «ese simple, giratorio y universal instrumento sonoro, llamado en
castellano zumba o bramadera, con el cual los pueblos han imitado el furioso
bramido del viento (…) La bramadera se ha usado por numerosos pueblos en sus
ritos más esotéricos, en las iniciaciones de sus misterios. (…) era la
simulación onomatopéyica de la tempestad y del huracán. Al hacer girar el rombo
esotérico surgía la "zumba", el "zumbar", el
"bramo" o el "bramido" del viento, que a todos aterraba».
Y un huracán brama, pavoroso en su enormidad y magnífico en su fuerza arrolladora. Estar en el vórtice de un ejemplar categoría IV es una experiencia de vida; en uno categoría V es una experiencia de muerte. Llegan del océano, desde zona tropical, exhibiendo bajas presiones —entre más baja más terrible su poder— y con circulación superficial de los vientos en sentido contrario al de las manecillas del reloj en el hemisferio norte y con una duración de hasta más de dos semanas.
Todo comienza un día en que el aire encuentra aguas con temperaturas de
26,6 ºC o más, a una profundidad de al menos de 45 metros; luego se suman vientos
en la atmósfera superior, si son débiles y no cambian mucho de dirección y
velocidad. Entonces la perturbación pre-existente recibe calor y energía;
comienza a formarse una zona donde la presión atmosférica tiene valores
inferiores a la de los alrededores.
Y empieza a girar como un torbellino
con centro en la zona de baja presión de la perturbación. Se rodea de chubascos
y tormentas eléctricas sin organización. Un poco más de aguas cálidas, encontradas
en el trascurrir, le adicionan más humedad y calor al aire que sube, y según la
humedad se va condensando aparecen más chubascos, y más calor. ¿Significado?:
más energía al sistema. Pero falta un detalle: la ordenación natural de la
atmósfera superior debe propiciar aire suficiente por los niveles superficiales
y salga al exterior del sistema por los niveles superiores; así, si los vientos
en altura siguen débiles y con poco cambio en la dirección, la energía puede
seguir concentrándose, el sistema puede fortalecerse y transformarse en una
depresión tropical. Llegado este punto, debido al flujo de los vientos y a la
rotación terrestre, el sistema comienza a adquirir el familiar aspecto en
espiral.
Si Madre Natura coincide en su
albedrío, un alboroto sencillo del verano se vuelve tormenta tropical. Un poco más
de calor, humedad… y tiempo y ahí está, terrorífico en medio de mar y soberbio
en tierra, el dios Huracán.
Solo queda definirse el ojo traicionero, con fuertes corrientes de aire que
bajan rápidamente por el centro, secando y calentando esa zona, en la cual paradójicamente
no hay nubes, todo está en calma, incluso con sol si es medio día.
En derredor, el
caos.
La destrucción
del poblado de Santa Cruz del Sur —Camagüey— ha sido hasta la fecha la más
terrible catástrofe natural que recoge nuestra historia. El 9 de noviembre de
1932, una marea de tormenta de 6 metros de altura —también conocida como surgencia—
y asociada a un huracán de gran intensidad, borró del mapa al pueblo costero. El
saldo fue de más de 3000 muertos.
El 18 de octubre
de 1944 llegaban a La Habana una tempestad con rachas de vientos de 262 km/h, que
soplaron durante 14 horas. ¿Resultado?: 300 muertos.
Con el nombre bucólico de Flora, un huracán
errático en su trayectoria y perverso en su lentitud ahogó tierras y esperanzas
en la entonces provincia cubana de Oriente. Se afirma que en solo tres días
—del 4 al 7 de octubre de 1963— cayeron 1800 mm de agua. Es decir, el promedio
de lluvias de un año. Se considera la segunda calamidad natural más grande que
ha sufrido Cuba.
Más de 1000 seres
humanos perdieron la vida.
[i] En el
Atlántico Sur y de la porción Sudeste del Pacífico, sucede a la inversa debido
a que en estas zonas, a pesar de ser tropicales, las capas superficiales del
océano son relativamente frías, con temperaturas por debajo de los 26.5 ºC.