miércoles, 30 de noviembre de 2011

Termina la temporada ciclónica

Espantos y milagros del dios Huracán
«En una tarde de inquietud, 
Quisqueya vióse de pronto de pavor sumida. 
Reinaba allí la lluvia y la centella 
y la mar por doquiera embravecida. 
Horas después quiso la aciaga suerte 
solo dejar desolación, gemidos y el imperio macabro de la muerte 
sobre el pueblo entero destruido».

El Trío y el Ciclón
 Trío Matamoros
Imágenes del autor y archivos
Con el último día de noviembre termina —oficialmente—  la temporada ciclónica, que en la cuenca del Atlántico Norte[i] —Océano Atlántico, el Mar Caribe y el Golfo de México— abre el primero de junio y no cierra hasta la última jornada del onceno mes.

 El período 2011 ha sido activo, pero los huracanes nos han pasado de largo.
Sin embargo los cubanos tenemos harta experiencia, adecuada percepción de riesgo y pronta disciplina social.
Sabemos que la más activa ocurre entre mediados de agosto y finales de octubre. Y nunca olvidamos que en cualquier momento e incluso más allá de la temporada, puede aparecer, de la nada, el temible huracán.
  Huracán y no ciclón o tifón.
Huracán, que es vocablo aborigen y forma parte de la identidad cultural del Caribe, como es para los japoneses la palabra kamikaze. Los nipones llamaron así a los aviadores suicidas a finales de la II Guerra Mundial, en honor al poderoso viento kamikaze, con forma de remolino, y que según una leyenda del siglo XIII, fueron enviados por los dioses para derrotar una escuadra enemiga.


  De la influencia cultural de estos eventos atmosféricos en el imaginario aborigen de Las Antillas ya había hablado don Fernando Ortiz en El Huracán, su mitología y sus símbolos. En su capítulo III, titulado El Huracán y los símbolos espiroideos, Ortiz nos dice «Recordemos ante todo que el huracán es un meteoro de función rotativa, es precisamente un ciclón como los científicos han escrito con raíz griega, por el desarrollo circular o arremolinado del fenómeno. De ahí podremos deducir el simbolismo del ideograma helicoideo de los indocubanos y su hipotética relación con el dios Huracán (…) Por eso, entre todos los símbolos del viento el favorito fue la espiral en dirección centrípeta.»
  Para don Fernando «Todos esos fenómenos rotatorios naturales y técnicos se fueron relacionando mitológicamente unos con otros (…) El ideograma cubano puede ser visto esquemáticamente como una circunferencia nuclear con dos álabes externos, simétricamente contrapuestos en forma sigmoidea, lo cual basta en su simplicidad para dar la idea giratoria».
  Pero en su estudio, el gran sabio cubano acudió incluso a la envoltura sonora del fenómeno meteorológico. Y establece paralelo con «ese simple, giratorio y universal instrumento sonoro, llamado en castellano zumba o bramadera, con el cual los pueblos han imitado el furioso bramido del viento (…) La bramadera se ha usado por numerosos pueblos en sus ritos más esotéricos, en las iniciaciones de sus misterios. (…) era la simulación onomatopéyica de la tempestad y del huracán. Al hacer girar el rombo esotérico surgía la "zumba", el "zumbar", el "bramo" o el "bramido" del viento, que a todos aterraba».




  Y un huracán brama, pavoroso en su enormidad y magnífico en su fuerza arrolladora. Estar en el vórtice de un ejemplar categoría IV es una experiencia de vida; en uno categoría V es una experiencia de muerte. Llegan del océano, desde zona tropical, exhibiendo bajas presiones —entre más baja más terrible su poder— y con circulación superficial de los vientos en sentido contrario al de las manecillas del reloj en el hemisferio norte y con una duración de hasta más de dos semanas.
  Todo comienza un día en que el aire encuentra aguas con temperaturas de 26,6 ºC o más, a una profundidad de al menos de 45 metros; luego se suman vientos en la atmósfera superior, si son débiles y no cambian mucho de dirección y velocidad. Entonces la perturbación pre-existente recibe calor y energía; comienza a formarse una zona donde la presión atmosférica tiene valores inferiores a la de los alrededores.
Y empieza a girar como un torbellino con centro en la zona de baja presión de la perturbación. Se rodea de chubascos y tormentas eléctricas sin organización. Un poco más de aguas cálidas, encontradas en el trascurrir, le adicionan más humedad y calor al aire que sube, y según la humedad se va condensando aparecen más chubascos, y más calor. ¿Significado?: más energía al sistema. Pero falta un detalle: la ordenación natural de la atmósfera superior debe propiciar aire suficiente por los niveles superficiales y salga al exterior del sistema por los niveles superiores; así, si los vientos en altura siguen débiles y con poco cambio en la dirección, la energía puede seguir concentrándose, el sistema puede fortalecerse y transformarse en una depresión tropical. Llegado este punto, debido al flujo de los vientos y a la rotación terrestre, el sistema comienza a adquirir el familiar aspecto en espiral.
Si Madre Natura coincide en su albedrío, un alboroto sencillo del verano se vuelve tormenta tropical. Un poco más de calor, humedad… y tiempo y ahí está, terrorífico en medio de mar y soberbio en tierra, el dios Huracán.
  Solo queda definirse el ojo traicionero, con fuertes corrientes de aire que bajan rápidamente por el centro, secando y calentando esa zona, en la cual paradójicamente no hay nubes, todo está en calma, incluso con sol si es medio día.
  En derredor, el caos.

  La destrucción del poblado de Santa Cruz del Sur —Camagüey— ha sido hasta la fecha la más terrible catástrofe natural que recoge nuestra historia. El 9 de noviembre de 1932, una marea de tormenta de 6 metros de altura —también conocida como surgencia— y asociada a un huracán de gran intensidad, borró del mapa al pueblo costero. El saldo fue de más de 3000 muertos.
  El 18 de octubre de 1944 llegaban a La Habana una tempestad con rachas de vientos de 262 km/h, que soplaron durante 14 horas. ¿Resultado?: 300 muertos.
  Con el nombre bucólico de Flora, un huracán errático en su trayectoria y perverso en su lentitud ahogó tierras y esperanzas en la entonces provincia cubana de Oriente. Se afirma que en solo tres días —del 4 al 7 de octubre de 1963— cayeron 1800 mm de agua. Es decir, el promedio de lluvias de un año. Se considera la segunda calamidad natural más grande que ha sufrido Cuba.
Más de 1000 seres humanos perdieron la vida.


Clasificación de eventos atmosféricos según la velocidad que alcanzan sus vientos máximos sostenidos (promediados en un minuto):
Depresión tropical: vientos máximos sostenidos inferiores a 63 kilómetros por hora.
Tormenta tropical: vientos máximos sostenidos entre 63 y 117 kilómetros por hora.
Huracán: vientos máximos sostenidos superiores a 117 kilómetros por hora.

[i] En el Atlántico Sur y de la porción Sudeste del Pacífico, sucede a la inversa debido a que en estas zonas, a pesar de ser tropicales, las capas superficiales del océano son relativamente frías, con temperaturas por debajo de los 26.5 ºC.


martes, 15 de noviembre de 2011

492 aniversario de la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana

 Habana nuestra de cada día
  ¿Te imaginas La Habana sin el Castillo del Morro?
Ante la imagen de un paisaje urbano ¿cuáles son las cosas que te hacen saber que es La Habana?
Un día la ciencia y la tecnología militares soplaron en la oreja del rey español Carlos II —llamado también "El Hechizado"— la urgencia de amurallar la villa de San Cristóbal de La Habana. Años después, la ciencia y tecnología bélicas del siglo XIX musitaron, esta vez al oído de una reina —Isabel II—, que la muralla resultaba ya inoperante y lo mejor sería llevársela en claro.
 De haber sido conservada,la muralla de La Habana habría sido insignia de esta ciudad, como lo es hoy el Morro —y con él todo el sistema defensivo de la etapa colonial—, el Capitolio, el Paseo del Prado, el Obelisco de la Plaza de la Revolución o La Rampa.

Cada quien tendrá su propia lista de sitios y construcciones que simbolicen a La Habana
¿Será solo lo feo que quieren retratar algunos turistas. ¿Será nada más que lo hermoso que aparece en algunas retocadas postales turísticas?
Hoy La Habana puede parecer una ciudad ingrata y sin embargo muchas veces nos da cobijo bajo las columnatas sin pintar, en los portales que no cuidamos, en los parques a donde vamos a descansar, y olvidamos poco después de cruzar.
 En mi opinión, vale mucho salir por estas calles a disfrutar o padecer, según el caso, sin mala fe, sino con afán de no obviar lo feo, para que erradicándolo, lo hermoso se vea mejor.
Este cumpleaños, como tantos otros en los últimos años, tiene la ventaja de ir sumando en la celebración a más cubanos que la desean como una Habana más limpia, coherente y organizada, tres cualidades que no se van conseguir solo con recursos, leyes, disposiciones y buenos deseos, si los que la habitan no hacen suya la necesidad de vivir en armonía consigo mismo.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

XIV Convención de Ordenamiento Territorial y Urbanismo

El tiempo que nos toca
Texto y foto: Jorge Sariol
Los asentamientos humanos y el equilibrio con el territorio en que se habita es un conflicto del que nadie es ajeno, todos comprenden pero pocos asumen.

Tal dilema está siendo auscultado por expertos en un encuentro que acaba de iniciarse en el Palacio de Convenciones de La Habana, bajo el nombre de XIV Convención Internacional de Ordenamiento Territorial y Urbanismo y cuya idea central es casi un espejismo que nos repite todas las mañanas que más allá de nuestras angustias hay alguien intentando llegar a algún lugar.
 
Somos ya 7 mil millones de humanos subido a este planeta. En palabras del novelista cubano Alejo Carpentier, venimos, «agobiados de penas y de tareas» a conquistar un reino, en este mundo cada vez más chiquito y sobrado de conflictos, donde el acomodo no parece ser solo un problema entre lo real o lo maravillo.
Tal vez por eso la frase Dimensión cultural del territorio y la ciudad, que preside el congreso, suena más lejana cuanto más nos acercamos a su esencia.

«Las estructuras y paisajes —urbano-territoriales— expresan valores y organización de cada sociedad», dicen los especialistas, mientras las interrelaciones entre lo global y lo local hacen llover a veces más impactos negativos que positivos. Historia, identidad, patrimonio, estructuras espaciales, espacio público, arquitectura e imagen, diversidad y recursos culturales… todo junto y a veces revuelto, en ocasiones hacen que la sal de la vida tenga un gusto demasiado salado.

Un territorio es coherente si equilibra patrimonio y medio ambiente; si hace de la gestión de gobierno un compromiso de los ciudadanos y de las instituciones; si piensa y ejecuta los procesos de desarrollo, en conjunción con los saberes culturales de las comunidades.


«Una urbe culta labra de manera consciente y responsable su concepto de lo propio» advierten los expertos, para quienes la ciudad creativa es aquella que integra arte y urbanismo, pero todos sabemos que no es tan fácil.

Tal vez sea menos complicado la prevención de desastres que pensar una urbanización en tiempos de cambios económicos, sociales o tecnológicos.

Tal vez el envejecimiento de la población y las soluciones al problema de la vivienda no sean los dos problemas más urgentes.