domingo, 15 de noviembre de 2009

490 Aniversario

Hay un grupo que dice.
La Habana que amamos y padecemos
Por Jorge Sariol
La ciudad capital, que ahora mismo pudiera andar desenredando un nudo que parecía gordiano, en demasiadas ocasiones acude a la fórmula alejandrina de apelar al filo.
Esta Habana, que es más que un número respetable de habitantes o una estadística de densidad por kilómetros cuadrados, a veces se desconoce a si misma.
Según la ven sus estudiosos la ciudad es también la escenografía, es decir, los espacios sociales, no siempre en concordancia con las aspiraciones.

En ambos casos el resultado es complicado de asumir: alguien se queja de que  el Centro Histórico  esté lleno de espacios culturales que sus habitantes no aprovechan como debieran,  mientras alguien se queja de que no todos  los espacios culturales del Centro Histórico responden a los intereses de todos los núcleos comunales que conforman La Habana Vieja. Quizás por eso es tan sabrosamente ingeniosa —como falsa— la frase si la Habana Vieja tiene casco, el barrio de Jesús María —por ejemplo— sería la mala idea.



Alguien se queja de que no se cumplen los planes de construcción de viviendas. Y alguien se queja del criterio de construir viviendas sólo como un plan para cumplir, a toda costa y a todo costo, y no como un proyecto de relación comunal, social y hasta vecinal, para evitar la propagación de barrios sin aseguramientos de redes viales, hidráulicas, eléctricas y asistenciales, que a la larga —en ocasiones muy-a-la-larga— tendrán alto costo económico, social y político.
 Alguien se queja de cierto empeño —de ciertas políticas de ciertos funcionarios— en hacer “arrollar” a los habaneros en los carnavales, cuando en los carnavales habaneros nunca se “arrolló”, y alguien se queja de que no se quiera ver la ciudad viva —que no es la de hace 40 años—, compuesta cada vez más por inmigrantes de otras provincias, y si hay que “arrollar”, pues “arrollemos”; la solución no es imponer pero tampoco limitar.


Alguien se queja de que a los arquitectos no se les consulte al tomar decisiones urbanísticas, e igual queja se le escucha a sociólogos, antropólogos, meteorólogos y a muchos vecinos y protagonistas   de sus tantos barrios.
Alguien se queja de  no es lo mismo La Cuevita, La Corea o La Virgen del Camino,  aunque estén  en la misma órbita urbana,  mientras alguien se queja de que se hagan demasiadas distinciones entre Colón y Cayo Hueso, dos consejos populares separados por calles-más-calles-menos, en pleno Centro Habana.
 Algunos disertan sobre urbanismo cubano o debaten en torno al diseño ambiental como paisaje citadino y otros lamentan la falta   de perspectivas de un verdadero concepto de “lo urbano” dentro de la ciudad, así como de reales mecanismos de control de los núcleos poblacionales que la componen.


Esta ciudad, donde es posible sentirse sólo rodeado de gentes, o recibir la solidaridad citadina ante la situación más misérrima, se da todavía el lujo de convocar a medio país, aunque los espacios habitacionales estén repletos de “estáticas milagrosas”, el trasporte siga siendo un misterio de ajedrez y la alimentación un recurso del método
Definitivamente poner de acuerdo a los más de dos millones de habitantes de esta ciudad que amamos y padecemos es labor complicada y contradictoria, y cuya base histórica pasa lo mismo por unas esquinas famosas, una calle más corta que un cabo de tabaco o un acreditado espacio socializador para transeúntes eventuales.


Y menos mal que no nos ha dado por discutir lo único en su diversidad y lo diverso en su unidad. ¡Que si no!


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