viernes, 14 de mayo de 2010

Masculinidad en la ruta crítica


Un mensaje para heterosexuales, bisexuales, homosexuales y célibes.
Jorge Sariol.
En algunos espacios de debates sobre género se malgastan ideas sobre el punto de partida, en vez poner el ojo en la meta: se habla de feminismo, de violencia contra la mujer, de sexismo, de homofobia, de ese “santuario del machismo exacerbado que es el Guillermón Moncada”, y de virilidad como un ejercicio de poder. Se habla poco o nada en los debates de equilibrio, de equidad, de si la independencia de la mujer lleva automáticamente a la felicidad o tiene riesgo de conducir a la soledad. ¿Verán bien los que abogan por reconocer el derecho de la mujer a todos los espacios,  que suban dos damas a un ring de boxeo, aunque sea olímpico, a prodigarse trompones. Para el Dr. en Ciencias Sociales, Julio César González Pagés, profesor de la cátedra de Estudios de Género de la Universidad de La Habana y Coordinador General de la Red Iberoamericana de Masculinidades, la idea es compleja:«En la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de la Habana, hay mayor cantidad de hembra que varones, pero la FEU y la UJC de la facultad casi siempre la dirigen hombres. Si la elección es por voto en el caso de la FEU: ¿porqué las hembras no llegan en condición de igualdad? Pero además si queremos un mundo en equidad tampoco podemos apostar porque los hombres sean minoría en las aulas universitarias».
¿Qué debemos entender cuando se habla de “transversalizarlo” todo a través del concepto de género?
En la siguiente entrevista González Pagés comparte algunos criterios.
—Hoy la masculinidad está en crisis, o al menos al concepto contemporáneo se le señalan demasiados baches. ¿Serán en el futuro varios modelos de masculinidad o cambiarán los paradigmas en dirección contraria?
—Depende de si lo vemos desde una opción sexual, por creencias religiosas, e incluso por formación profesional o laboral. Hay tantos conceptos de masculinidad como grupos de hombres hay. A nivel mundial la masculinidad hegemónica, con la que los hombres ejercen su poder de supremacía, está otorgada desde la biología, primero, y enraizadas después desde la política, las religiones, las normativas sociales y por las costumbres. Y todo a partir de que el varón es visto como el primogénito, el que protege a la mujer y por lo tanto el del protagonismo. Y existen las que se dicen “Masculinidades No Hegemónicas”, que subyacen entre nosotros los cubanos —una de muchas—, que nos define como hombre, heterosexual, de raza blanca, probablemente citadino —que vive entre el Vedado y Miramar—, con auto y probablemente con poder económico —lo mismo gerente de empresa, que con acceso a CUC por otros medios—, es decir con un estatus de poder que muchos desean tener.
Todo lo anterior conforma igualmente una representación de masculinidad hegemónica sobre los demás hombres, que te condiciona a creer que todos los demás deben subordinarse a ti. Y para legitimarlo se llega al camino de la agresividad, y a la violencia si es necesario.
Este modelo es la aspiración de miles de hombres de diferentes status, recogidas en mis investigaciones y que representa la masculinidad hegemónica entre nosotros. Pero según esas concepciones, si eres blanco y heterosexual, pero eres de origen campesino, o no tienes dinero o eres del interior, también te devalúas, pues te señalan despectivamente como guajiro, “pasma`o” o “palestino”; si además de todos lo anterior se es homosexual, entonces ante se devalúa más ante los ojos de los otros.
Es decir, la misma hegemonía masculina tiene un código distinto para cada sector, y que pueden estar subordinadas al modelo de masculinidad hombre- extranjero-turista-empresario, que llega a Cuba con más poder económico.
—Hidalguía, vocablo que algún momento significó el disfrute de los privilegios de la nobleza, hoy implica condición humana, es decir, caballerosidad, generosidad, altruismo e integridad. Sin embargo en los debates de género demasiadas veces suele confundirse hoy hidalguía, masculinidad o virilidad con machismo, con vulgaridad y hasta con mal comportamiento en los estadios deportivos, algo que francamente tienen que ver más con las indisciplinas sociales que con actitudes de hidalguía.
—Es que todo tiene  un hilo común: la violencia identificada con agresividad,  asociadas con  masculinidad porque uno de los atributos de los hombres —que se nos critica, pero también se nos exige, incluso por las mujeres— es la actitud rápida, enérgica ante un problema, en muchos de los cuales la solución depende de la rapidez de la respuesta, que incluye la reacción ante una agresión física, porque además no tenemos cultura del diálogo, sino de la respuesta.
Las estadísticas dicen que como a los estadios deportivos van más los hombres que las mujeres, cualquier síntoma de agresividad con ademanes o gritos, dígase insultos al equipo contrario, a los árbitros o a los aficionados del equipo contrario, se toma como masculinidad hegemónica, incluso si lo hacen mujeres porque se considera que asume un estereotipo de la masculinidad hegemónica, es decir de machismo, que es una ideología —en negativo— que pueden padecer las mujeres.
Por eso es importante hacer el análisis correcto para no verlo como una actitud ideológica.
En cambio, esa transversalidad en el análisis de género de que hablamos al principio, tiene que ver el debate social, porque si los hombres sienten que eso que le enseñaron que era ser hombre, ahora todo está mal, se produce la crisis. Si se produce una crisis, de que todo está mal, y además no ofreces ni soluciones, modelos o paradigmas, se promueve el desmontaje de un sector grande de la sociedad sin saber qué hacer. Esto pasa en la sociedad mundial».
—Pero Cuba parece no caber en estos moldes. La mujer cubana no es la de buena parte de Latinoamérica; son otros los problemas, son otras las aspiraciones. En cambio los hombres cubanos tienen encima igual la marca de la violencia que la exigencia de sus deberes.
—No tenemos estadísticas que reflejen qué mujeres —cuántas y cómo ——   ven como paradigma el modelo de la masculinidad hegemónica de que hablábamos hace un rato, pero lo cierto es que un sector de mujeres no despreciable no quieren a hombres sin dinero, porque se le ha educado en la caza de “buenos partidos”, además del culto al cuerpo, a la condición de buena madre y buena esposa. Y esto ha sido una constante que agrupa a los hombres con los que he trabajado para la investigación del libro Macho, Varón, Masculino.
Esto hay que verlo en la calle, no en los espacios académicos. Hay que verlo en el entorno social, en dónde la economía tiene un peso fundamental, que explica que muchos jóvenes se desmotiven del trabajo y se van a actuar dentro del “mercado negro”, para satisfacer la necesidad de conquistar mujeres.
Todos estos discursos —para bien y para mal— están presentes en personas de muchos niveles, desde el elemental hasta en Doctores en Ciencia. Lo que pasa es que quizá el nivel de violencia entre gentes con niveles cultural y académico sea más sutil, pero no menos brutal.
Por eso el nivel de transformación debe incidir incluyendo la elite, incluyendo el poder.
 Insisto en la importancia entre lo que decimos y lo que hacemos, porque esa transversalidad es algo que empezamos por exigirnos entre los que participamos en estas investigaciones y que sea nuestro modus viviendi en la universidad.
En los grupos con los que me reúno para trabajar — estudiantes universitarios que luego serán mis compañeros de trabajo— debe haber ciertos códigos de comportamientos entre lo que estamos diciendo y lo que estamos haciendo. Y el primer cambio tiene que ser entre ese grupo de hombres con los cuales estamos trabajando en la construcción de un modelo diferente,  pero que también ellos lo disfruten porque lo que no puede pasar es que ellos lo vean como un modelo rígido que se asume para agradar,  sin agradarte a ti mismo, es decir,  sólo para exhibirse.
En lo personal a mí me ayuda muchísimo, porque yo tampoco soy un modelo de hombre, o soy un modelo de hombre que trata de satisfacer sus propias expectativas, tengo contradicciones perennes, porque no he dejado de participar en esta sociedad machista, educado por padres educados a su vez en una sociedad machista, y además criticando esa sociedad en la que sigo viviendo. Es decir el primero objeto de observación es un mismo. Todo esto crea dificultades porque en una sociedad machista es difícil hablar de cosas personales—como la salud sexual— incluso entre amigos, además del temor de parecer, o autosuficiente o mostrar conceptos equivocados.
—¿No hay entonces diferencias entre conceptos de lo masculino, la virilidad y  el machismo?
—Hay diferencias, claro, pero incluso ese hombre que disfruta de estos poderes, tal vez también quiera ser de otra forma y no ejercer una hegemonía sino ser solidario, compartir sus conocimientos, establecer igualdad de criterios y oportunidades con las mujeres. No se trata de que esa construcción de masculinidad basada en los criterios que acabo de enunciar sea negativa, sino la forma de asumirla.
Para escribir el libro Macho, varón, masculino, tuve que realizar un trabajo con enfoque antropológico, resumen de diez años de trabajo; entre otras cosas, sobre violencia, paternidad y salud sexual, con un enfoque antropológico, sobre lo que opinan los hombres sobre su sexualidad.
El objetivos era promover una reflexión sobre nosotros mismos,  a partir de vivencias grupales —incluyó igual a presos que a policías— y la posibilidades de discutir sin sentir culpabilidad, es decir quitarnos esa esencia patriarcal de considerar que somos lo violentos o los abusivos.
Si el problema es victimizar a las mujeres y reflejar a los hombres como victimarios, sólo entrevés un fenómeno, pero no ayudas a resolverlo.
La sociedad nos enseña la fuerza del poder, la hidalguía, los juegos de video violentos; en los medios se nos muestra el poder de la violencia, y la familia nos educa para dominar. Además muchas mujeres tienen visiones masculinas —incluso desde la violencia—, del poder de los hombres.
Es decir qué somos, qué queremos ser. No es desmontar la masculinidad.
En lo personal  tengo muchos ojos sobre mí; fíjate: hombre, que se dice feminista, que trabaja el tema de modelos de masculinidad y estudia el tema la crisis de la masculinidad, debo enfrentar el hiperanálisis y el “chequeo” de un montón de gentes : «¡oye, si tú eres esto porque haces lo otro!
Esto puede ser un tanto incómodo, pues me siento como vigilado por un árbitro que te mira con atención para sacarte una tarjeta amarilla.
Mucha veces vemos personas —hombres y mujeres— hablando de género en espacios de debate, y sus discursos son inequitativos o son incapaces de mostrar solidaridad para ambos sexos. Nada de esto es abstracto.
Añádele a esto el caso de quien desde un puesto de trabajo trata con desprecio a los de menor categoría sea hombre o mujer, por soberbia.
En uno de mis trabajos de campo estuve en la prisión de Valle Grande; y mi concepto de libertad —un poco abstracto— cambió cuando escuché los conceptos de libertad que tenían los reclusos.
—Entre los conceptos feministas y la crisis de la masculinidad, ¿Cómo serán las generaciones emergentes de hombres si cambian los conceptos?
—Se trata de aprender modelos de masculinidad que no sean hegemónica ni violentas, pero tampoco promover a este sector poblaciones sin identidad grupal.
El feminismo es más que un discurso donde la mujer quede redimensionada, sino una corriente ideológica sobre los derecho de las mujeres. Cuando una mujer promueve un discurso arremetiendo contra los hombres, puede que este en su derecho hacerlo, pero igual construye un discurso de inequidad. No podemos pensar en dos planetas paralelos, uno para mujeres y otros para hombres.
Somos diferentes en la biológica y en las costumbres, pero para no caer en discursos, los que nos iguala es la normativa, en los derechos en los deberes, es decir en todos los compromisos hacia todo lo que la sociedad nos da.
Un hombre para vivir en la equidad no tiene porque dejar de ser masculino, de dejar de gustarle el deporte o sentirse viril. El ser humano —mujer u hombre— también tiene una estética que defender, cómo conformar una ideología que debes defender.
Lo que pasa es que también tiene que conformar la coherencia entre lo que dice y lo que hace.
Sin embargo, el discurso Per Se, de cambio en la masculinidad, no indica que los hombres para luchar por un mundo de equidad con las mujeres, tenga que dejar cosas que tradicionalmente hecho y disfrutan. Lo que hay que es desmontar eso que nos convierte en seres contradictorio para deberes y derechos
—Pero el sexismo es como un comodín que se usa mucho últimamente para descalificar lo masculino confundiéndolo con machismo…
—El Sexismo es una categoría dentro del Feminismo, y está dado sobre todo a partir de considerar a las mujeres como objetos sexuales, pero en el lenguaje se da también: no es lo mismo un “hombre de la calle” —tipo exitoso— que una “mujer de la calle”, que probablemente en casi toda iberoamerica signifique prostituta. Está el hecho de que no basta que una secretaria sea eficiente, sino además tiene que ser bonita; es decir un análisis sexista a la hora de conformar empleos
En los debates sobre sexismo en Cuba se tuvo un particular énfasis en la lingüística, pero no es un término que dé nombre a un concepto acabado. La epistemología se encargará de hallar nuevos términos para nuevos conflictos.
—Por ese camino ¿cuánto de reaccionario puede ser un padre que se niegue a aceptar un profesor “amanerado” para su hijo pequeño, en edad en que los maestros se convierten en modelo a imitar?
—La respuesta gira en torno a los derechos. Un padre no tiene derecho negar a un maestro ni a definir la actitud, a menos que ese profesor con sus “manerismos” esté tratando de influir  más allá de la educación, porque hay muchas maestras en la educación cubana y no por eso vamos a preocuparnos por las formas de expresarse de los niños varones…
…Sí, pero los niños saben que entre un hombre y una mujer… diferencias, hay…
…e igual al final las personas eligen su opción sexual, por diferentes maneras; lo que sí es reprobable la incitación directa, que es lo debemos evitar.
Lo primero es la actitud ética del profesor, que sabe que su deber es educar y transmitir valores. El profesor puede ser lo que el quiera —sexualmente hablando—, pero en el aula la actitud tiene que ser al menos una actitud más neutral.
No creo que tenga que cambiar su forma. Y lo contrario puede derivar hacia una actitud homofóbica.
En una sociedad que ha apostado mucho por la cuestión andrógena es importante que valoremos que no tenemos derechos sobre “las maneras” sino sobre las formas de que esas maneras influyan en la educación.
He visto en muchas escuelas que la música escuchada en el receso es tan agresiva como aquella con el estribillo de te vo`a meter un Ditú por la boca, y sin embargo no nos metemos con los músicos, con los autores de video-clips ni con la cultura en general, por miedo a convertirnos en censores.
Si mi hijo se desarrolla como un violento o hasta violador, no puedo hacerme al final la pregunta «que hice yo mal», porque además no vivimos en una burbuja.  Usted tiene el derecho a ser, pero tiene también el deber de oír mi protesta.
En el corto de ficción Amar Comer y Partir se refleja el conflicto de las parejas que despojan el sexo —e interpreto yo que al amor también— del juego del macho y la hembra, del placer de hacer una fiesta con el proceso amatorio, de eso que García Márquez llamó el susto del amor. ¿Vamos a eso en el futuro?
No creo que los juegos sexuales alrededor de la masculinidad y la feminidad, se vayan   a acabar, porque hay algo atractivo, incluso en todas las opciones sexuales. Lo que pasa es que hay ahora muchos modelos nuevos de comportamiento que antes no eran visuales o pocos permisibles.
Es decir la globalización llega hacia otras formas de sexualidad, en la que los jóvenes son los más tendientes a practicarlo con más desenfado.
Hay que ver también dónde están los límites sobre qué podemos hacer para no agredir con nuestra sexualidad a los demás, porque puede olvidarse que tu libertad termina donde empieza la libertad del otro.
Todo esto implica que las normativas sociales tienen que ser suficientemente amplias para que a la vez que incluya a todos, frenen las agresiones sean de quien sean.
Hay que debatir el tema, porque aquello de «las buenas costumbres» suena a muy a moralina, muy falso, sino que todos y todas estemos representados a nivel social, y sobre todo que los derechos estén al mismo nivel que los deberes.
No podemos ser cómplices del silencio, dejándole el problema a la policía o a los órganos que tienen que legislar sobre algo que compete a todos desde la familia, el barrio hasta las ciencias sociales.
—¿Crees que la sociedad cubana va hacia la coherencia o sólo a la tolerancia en ámbitos de la sexualidad y género?
— Vamos hacia las dos cosas, pero la tolerancia para mí es siempre un discurso de aceptación, pero desde el poder. En mi opinión el camino a construir es el de la convivencia, con toda la diversidad,   y en esa construcción hay que ser coherente.
La cultura de paz es más que ese concepto simbolizado con una paloma; necesita de la cultura del   diálogo, más en las diferencias que en las similitudes.

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